Publicado por Gustavo Fernández en 11-01-2012
INTRODUCCIÓN
Nos proponemos enfrentar el arduo ejercicio de pensar, usar en nuestro común beneficio algo más de tres millones de años de evolución (seguramente muchos más). Vamos a tratar de revelar la inserción de los OVNIs en el destino de la humanidad.
Para emplear un común argentinismo trataré que a usted, amiga o amigo lector, le “caigan las fichas” sucesivamente. Que a este aparentemente desordenado fárrago de elementos inconexos le sobrevenga un orden holístco, construyéndose ante sus ojos esta catedral de la especulación de una manera vivencialmente iluminista. Si, como he escrito en tantas ocasiones, hay una “lectura esotérica” del fenómeno OVNI, esa lectura no puede reducirse a un mero enciclopedismo hermético sino que tiene que comportar, intrínsecamente, una experiencia personal e intransferible (pero no por ello única y solipsista) de comprensión “akhásica”. Tengo la confesada intención de que la lectura de este trabajo dispare en usted un grado, un escalón más arriba de comprensión y aprehensión de la Realidad. La cotidiana y la Trascendente.
El archiduque Johann Salvator von Habsburg (de la casa real de los Habsburgo) renunció a sus títulos y honores en 1889. Se recluyó en Rennes Le Chateaux, nada menos, donde el cura Bérenguer Saunièré había accedido a misteriosos secretos centenarios que aún se discuten. “Murió” oficialmente poco después, pero como muchos maestros del conocimiento secreto decide “morir” para el mundo y, con renacida identidad, reconstruirse en otra vida. Para esta nueva vida, llamándose Jean Orth, elige la Argentina.
Jean Orth, el ex archiduque, conocía el secreto: Jesús no había muerto en la cruz sino, sobreviviendo a la misma, había emigrado con su mujer (conocida a través de los tiempos como María la de Magdala; la Magdalena)[1][1] y su hija al sur de Francia donde, asentada y protegida la familia, parte luego él hacia el norte de la India a la búsqueda del conocimiento de Agharta con el fin de consolidar su legado que hasta entonces, más allá de la historia oficial, era más político que espiritual. Jeshua ben Josef, Jesús, hijo de José, de la casa de David y la tribu de Judá, era un rey-sacerdote sin reino y sin religión, heredero genético de una primitiva manipulación no humana para producir una estirpe de terrestres gendarmes de otros terrestres, un ente no humano, no terrestre, quizás no físico, cuyo verdadero nombre era la pronunciación aproximada de “Yehow”[2][2]. Este grupo —cuya pureza racial estaba asegurada por la íntima convicción que instrucciones divinas imponían la segregación de los “goim”— sabe que es sólo cuestión de tiempo que una limitada numéricamente pero poderosa geopolítica y económicamente sociedad secreta, el Priorato de Sión, entronice en los Estados Unidos de Europa a un descendiente sanguíneo de aquél que, por carácter transitivo, aparecerá ante los “gentiles” como uno más, cuando en realidad responde a una programación arquetípica que los propios judíos, en su gran mayoría, desconocen a sabiendas. En las sombras, un poder detrás del poder —los Illuminati (sobre los que volveremos)— conoce este entresijo y perpetúa en el mundo material la alianza con beneficios recíprocos hecha con inteligencias de Fuera de nuestro común Tiempo y Espacio.
Porque, ¿es sólo una casualidad que esa sociedad secreta elija, precisamente, llamarse Priorato de Sión, y “sionismo” sea la expresión politizada y segregadora del judaísmo?[3][3].
Sobre Pedro (petrus: piedra) se funda la Iglesia cristiana. Todos los evangelios vuelven constantemente sobre la categoría fundacional de una piedra. En el 2004 excavan la torre Magdala, mandada construir por el padre Sauniéré, y donde el radar de profundidad hacía presumir la quizás presencia de un arcón con documentos o un cofre con tesoros… sólo se encuentra una piedra, cúbica y basta, que los arqueólogos dejan a un lado enfadados frente a las cámaras mismas de televisión del mundo entero. Jesús, la piedra angular del Templo, la Roca de Sión. Pero también la Kaaba islámica que, además, es meteorítica reafirmando su procedencia de los cielos. Y de los “cielos”, de “arriba” desciende según la tradición una energía que, ingresando en nuestro campo áurico a través del “chakra” coronario, vitaliza nuestro cuerpo energético. Jesús, el rey-sacerdote, se perpetúa en el tiempo a través de la dinastía merovingia y se han encontrado cráneos de monarcas de ese linaje que muestran en la coronilla lo que parece ser una incisión o agujero ritual. Incisiones parecidas se encuentran en los cráneos de sumos sacerdotes de los primeros tiempos del budismo tibetano. La tonsura clerical posterior, aun hoy, es un residuo de la práctica merovingia, lo cual expresa muy claramente que algunas personas en el Vaticano no sólo conocen su funcionalidad energética sino que la aprueban y estimulan, privando al común de la gente de esta información. Y si dos o más personas comparten un conocimiento y lo esconden a sus congéneres, es el germen de una conspiración del silencio.
Los merovingios eran llamados los “reyes brujos”. Se los consideraba capaces de curar por imposición de manos, siendo iniciados en ciencias arcanas y dignos rivales de Merlin, su contemporáneo por otra parte. Estas propiedades ¿genéticas? desaparecían si se interrumpía la secuencia de transmisión sanguínea, ya sea por parte de padre o madre (lo que explica tantos casamientos interparentales en Europa hasta época reciente, buscando reforzar esa cualidad genética) y de allí el origen del atributo “divino” de la nobleza. Una nobleza que históricamente es calificada como de “sangre azul”, curiosa particularidad fisiológica que pone manifestamente de relieve la intervención artificiosa que hace a estos humanos no tan iguales a otros humanos.
De manera que tenemos aquí dos posibles lecturas: o los reyes merovingios (y sus descendientes legítimos, que aún existen) son la continuidad de Jesús, hijo de Dios, y la realeza tiene derecho espiritual a reivindicar el poder temporal aún hoy, o cierta nobleza desciende de Jesús, rey-sacerdote sin poder pero con la lucidez de comprender que su estirpe debía perpetuarse para imponerse en el mundo futuro, imposición temporal que sus seguidores aceleraron disfrazando la conquista política de revelación religiosa. Y la experiencia religiosa camuflando un programa diseñado desde tiempos inmemoriales para controlar (al decir de Salvador Freixedo) la granja humana.
Si la historia del Priorato de Sión es cierta y Jesús tuvo descendencia, los cristianos deberían admitir la carnalidad de Jesús y hacerle descender un escalón de su “divinidad”. Sería, entonces, sólo un “avatar”. Pero las masas no lo comprenderían y ¿qué religión se beneficiaría (de las más importantes) por tener de suyo muchos profetas? (lo más parecido a “avatar” que la gente puede entender): los musulmanes. Recuerden cómo muchos grandes esoteristas (René Guénon, por caso) terminan volcándose al Islam (los propios templarios en secreto).
Pero si se disemina el Islam, la posibilidad de que la gente explore el camino de “avatares menores” también crece. El Islam, con su “despersonalización de imágenes” y su sensualidad[4][4], liberaría institucionalmente otras energías en la humanidad. Entonces, hay que demonizarlo. ¿Quién mejor que un musulmán que desencadene tragedias en nombre del Islam (Osama bin Laden)?. Pero, en este caso, hay pistas: “la base” (la traducción de “Al Qaeda”). Los grupos fanáticos verdaderamente musulmanes jamás dejarían de usar nombres sagrados, como Jihad, Hamas, Jezbollah y Al Fatah) y los atentados en los propios países musulmanes. Si la afirmación de George W. y sus acólitos fuera cierta, el Islam atacaría más en Occidente que en Oriente. Pero es exactamente al revés. Sólo que de este lado, la sangre tiene más televisión.
Illuminati + protestantes + Vaticano + ¿grises?. Porque éstos (portavoces de los Barones de las Tinieblas) saben que si la humanidad “abre sus canales”, los Guardianes de la Luz cerrarán los grifos del alimento energético de aquellos.
(Continuará)
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