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martes, 2 de noviembre de 2010

JESUS SECRETO -2 PARTE


Es difícil rastrear todo cuanto ocurrió en la vida de Jesús. La Biblia afirma que se llenarían libros enteros con el legado de aquel hombre que hasta el día de hoy aviva todo tipo de discusiones. Y no es para menos: ¿Qué pensar de aquellos carros de fuego o “estrellas luminosas” que aparentemente le acompañaron en su nacimiento? ¿Cuál fue el real propósito de su misión en la Tierra? ¿Por qué anunció un segundo retorno? Partiendo de las revelaciones del contacto extraterrestre, exploremos esa otra historia del Jesús secreto.

La familia de Jesús y los Esenios

Luego del nacimiento de Jesús, como detallamos en la primera parte de este artículo, la familia sagrada abandonó sigilosamente Belén y la provincia, trasladándose a Alejandría, Egipto. Allí se establecerían al lado de los esenios alejandrinos, conocidos como los terapeutas —de acuerdo a algunos estudiosos por sus dones de sanación— en donde permanecieron hasta que Jesús cumplió los cinco años de edad. Luego de ello se desplazaron de la región para establecerse por espacio de un año en una tienda de beduinos al lado del monasterio de Qumrán, a orillas del Mar Muerto, recibiendo así la familia, y especialmente el niño, una educación y orientación especial basada en la búsqueda de la verdadera pureza, la perfección y la bondad.


La historia de los Esenios data de 200 años antes de Cristo. En ese entonces se les conocía como nazarenos, del árabe nasrani o “Guardianes de la Alianza”. Ellos formaban pequeñas comunidades asentadas a orillas del mar muerto y cerca de las grandes ciudades como Tiberíades y Caná, en donde vivían observando fielmente los mandamientos de la Ley mediante votos de pureza, celibato y servicio a Dios.

Entre los años 175 y 150 antes de Cristo, los Esenios se establecieron en las ruinas de un fuerte construido por los reyes Ezequías y Josías. Hacia el 137 a.C. arribó un segundo grupo, los llamados “sacerdotes de Sadoc”, procedentes de Leontópolis, Egipto, en donde se había establecido una colonia judía en el año 154, bajo la protección Onías III.

Este grupo se consideraba sucesor en línea directa del sumo sacerdote Sadoc y se sabe que los manuscritos bíblicos que obraban en su poder sirvieron de patrón para los trabajos de los copistas de Qumrán. El fundador fue Moreh Sedeq, el “Maestro de la Justicia”, quien fue el restaurador de la Ley de Israel y fundador de la Comunidad de la Alianza, cuya misión era recuperar la esencia de la doctrina a través de una vida espiritual.

Posteriormente, José y su familia, se instalaron en forma definitiva en lo que conocemos como Nazareth, en donde existía una pequeña aldea de familias esenias que tenía talleres y atendían con sus servicios profesionales a otros pueblos y aldeas cercanas; entre esos talleres estaba el de carpintería y ebanistería de José. Allí Jesús trabajaba al lado de sus hermanastros, y desde ese lugar realizó algunos de sus viajes de preparación recordando con ellos iniciaciones pasadas.

Y aquí volvemos al misterio de los años perdidos de Jesús.

De acuerdo a esta información, desde los diecisiete años, él alternó temporadas de trabajo en la carpintería con esporádicas convivencias con los esenios, algunos viajes con caravanas —como adelantábamos, acompañando a las denominadas tribus perdidas de Israel— a Mesopotamia, Persia, Agfanistán, El Himalaya y la India.

Durante ese tiempo, tuvo repetidos contactos y encuentros cercanos físicos con Vigilantes y Guardianes extraterrestres, la Hermandad Blanca de los Retiros Interiores, maestros de diversas religiones y escuelas, pueblos exóticos y realidades crueles y duras, así como innumerables experiencias a niveles astrales y espirituales.

Todo ello, desde luego, era parte de una preparación .



La tentación de la oscuridad

Parte de esa preparación la vemos reflejada en sus cuarenta días de aislamiento en el desierto, durante los cuales ayunó y se preparó para lo que sería su misión pública. En ese episodio de soledad y meditación, Jesús es tentado por los demonios, por las fuerzas oscuras del planeta que le dicen que si tiene hambre, por qué no convierte las piedras en panes. Sin embargo Jesús les contesta que “no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra salida de la boca de Dios”, dándoles a entender que uno puede dejar de comer, pero no de respirar, porque la Palabra es el aliento, y el aliento es la respiración. Un sentido simbólico también para referirse al espíritu, que es lo que mueve y anima a la criatura humana.

Pero la tentación de las fuerzas oscuras del planeta continúa. Entonces lo llevan a la cornisa del templo y le dicen a Jesús que se arroje, ya que si va a empezar una misión tan peligrosa como la que tiene programada, es mejor que sepa desde ya, qué tan cerca realmente está Dios de su vida. Entonces Jesús les contesta, “escrito está, no tentarás al Señor, tu Dios”.

No necesariamente le está diciendo, “no me tientes a mí, yo soy tu Dios”, sino que no va a caer en el juego de tentar a Dios que le demuestre lo tan cerca que está de él.

No obstante la oscuridad no mengua en su afán de tentar a Jesús, y lo lleva a lo alto de una montaña y mostrándole todo lo que tiene debajo, afirmándole que todo eso le dará si se postra a él y lo adora. Y Jesús vuelve a contestarle diciendo, “escrito está que sólo ante Dios te postrarás y sólo a Él adorarás”.

Tampoco le estaría diciendo “adórame a mí”. Naturalmente esa era la respuesta de un ser como él que no iba a caer en el juego de la vanidad o de los egos, teniendo por ese entonces ya mucho más claro el rol al cual se había comprometido.


Este pasaje de la vida de Jesús encierra profundas claves simbólicas. Nadie está libre de la tentación. Nadie está exento de las pruebas. Sin embargo, cualidades como la humildad, la fe, la bondad, muchas veces consideradas “débiles” por el común de la gente, se transforman en herramientas poderosas para superar los momentos difíciles y continuar adelante por un camino lleno de luz. Ese fue el mensaje del ayuno en el desierto, que simboliza la soledad, la reflexión y el encuentro con uno mismo. Jesús tenía que hacerse fuerte allí para lo que vendría más adelante.




El Resplandeciente que convivió con el Hijo del Hombre

Esotéricamente se sabe que algo extraordinario ocurrió en el bautismo de Jesús en el río Jordán. El Maestro tenía alrededor de 30 años cuando ello sucedió, y una intensa energía —de acuerdo al relato bíblico, en forma de paloma— se posó sobre él como manifestación misma del Espíritu Santo. Se piensa que fue la proyección de una entidad cósmica, un “espejo de Dios”, y que acompañaría a Jesús durante la difícil misión que le restaba completar.

Pero, de acuerdo a las informaciones que recibimos en nuestra experiencia de contacto, no fue precisamente en el momento en que Juan lo bautizó en el río Jordán en que se incorporaría el “Hijo de Dios” en el Hijo del Hombre. Esto sucedería gradualmente después cuando comenzó a reunir a sus discípulos. Este conocimiento sugiere que Jesús brindó sus siete cuerpos para que en un octavo superior, un ser ultraterrestre, un Resplandeciente o “espejo de Dios”, contribuyera a marcar el camino de la humanidad.

Aquella fuerza inteligente habría convivido los tres años de la vida pública de Jesús, con él y en él. Ese ser es aquel que todos conocemos como el Arcángel Miguel, uno los Padres Creadores de universos, que no es Dios, sino una manifestación de Él, como lo somos cada uno de nosotros.


Hay que comprender que para Jesús, por muy espiritual y evolucionado que fuera, naturalmente le resultaba difícil convivir con el conocimiento de la trama final de su existencia, por lo que esta entidad superior lo apoyó para que pudiese vivir con ese conocimiento y así poder enfrentarlo. Antes, durante la etapa de preparación, Jesús tenía una idea de lo que sería su proceso, pero al iniciar su vida pública, llegó la información exacta y el detalle de cuanto le iba a acontecer.

Era como una visión tenebrosa que producía una carga excesivamente pesada. De allí la solidaridad manifestada en Miguel, quien también requería sentir esta dimensión, y todo cuanto aquí se ha gestado.


La misión de Jesús era enseñarnos de que el amor al ser vivenciado en su real dimensión y magnitud, es capaz de conectar universos paralelos y proyectarlo a uno mismo a dimensiones superiores, transformándolo. Esta conciencia se manifiesta también, cuando un ser eleva su vibración a tal punto, que despierta sus potencialidades, descubre su capacidad de actuar a través de sus siete cuerpos, de sus planos y de dimensiones de conciencia. Y siempre esa actuación es en función del servicio a los demás.

Durante sus tres años de vida pública, Jesús transmitió un mensaje de liberación a través del Amor y la Verdad. Hablaba de que el Reino de los Cielos es un estado de conciencia al que se puede acceder por medio de la Voluntad y la Fe para sobrevivir a la muerte mediante una nueva alianza de lo eterno y lo interno.

Y eso fue exactamente lo que sucedió con él…