Escribe Gustavo Fernández
Investigación en el terreno: Daniel Padilla y Omar Izaguirre
El episodio es asaz conocido, cuando menos por la Red: una familia de Colonia Elía, provincia de Entre Ríos, denunció que a partir del 10 de septiembre de 2004 un extraño ser (al que la prensa, como siempre superficial y oportunista, no hesitó en bautizar como “lobizón”) venía asolando su chacra, con apariciones reiteradas donde, entre trampas tendidas que no daban resultado, irrupciones casi lovecraftianas en la morada, donde el ser permanecía acurrucado sobre un “freezer” tenuamente iluminado por la luz de la Luna, disparos que ¿dan? en el blanco con indiferencia y todo este pandemonio por el paupérrimo resultado de once pollos aparentemente eviscerados en monástico refrigerio de la entidad, conformaban un bizarro cuadro sobre el cual uno –yo, por ejemplo- podría ceder fácilmente a la tentación de clasificar, cuando menos, como “dudoso”. Pero como el prejuzgar escépticamente es tan erróneo como la credulidad ingenua, hacia allí se acercó oportunamente, cual adelantado, nuestro amigo Daniel Padilla, quien constató, sorpresivamente, el alto “índice de extrañeza” que presentaba el fenómeno. Recabó información, facilitó a los protagonistas el material y la técnica para saber “levantar” huellas eventuales y, a los pocos días, nos comunicó sus apreciaciones en primera instancia.
Sabedores de la experiencia de campo de Daniel, su primer informe positivo nos alentó a profundizar la investigación. Ese mismo día el grupo se apersonó en Colonia Elía, departamento de Concepción del Uruguay. La finca de los Restaino –tal, el apellido de los testigos- se encuentra en las afueras del exiguo poblado, a unos mil quinientos metros del cementerio local. Allí tuvieron oportunidad de conversar con los dueños de casa, especialmente con la señora María del Carmen Merello y su hijo y principal y reiterado testigo, Matías Restaino, de 17 años. La sencillez y parquedad de la gente de campo, que puede suponer un inicial impedimento para profundizar en la obtención de testimonios, se superó rápidamente, en base a la cierta amistad que Daniel había sabido generar en sus anteriores visitas[1] y también por un recurso imbatible en reunión con la gente sencilla: proponer la infaltable “mateada”.
Bien, hagamos un “racconto” de los hechos. Todo comenzó, como dijéramos, a partir de la noche del 10 de septiembre de 2004. Los Restaino comenzaron a observar que algunas mañanas sus pollos –sólo los pollos, lo que es interesante considerando que cuentan con una gran variedad de animales de granja, cualquiera de ellos mucho más sustancioso a la hora de resultar el bocado de este “animal”, si es que se trata de un “animal” y no de un ser con cierta inteligencia que genera sus acciones, más que como un fin en sí mismas, como signos o símbolo de otra cosa- aparecían destripados, con sus vísceras despojadas. En esos primeros tiempos parecía que el animal de presa –pues eso se suponía- sólo se interesaba por esa parte anatómica. Lo cierto es que esta curiosa dieta lo hubiera expuesto a soberanos peligros; en varias oportunidades, el batifondo generado por su irrupción hacía que los varones Restaino salieran a ver qué pasaba –y, de hecho, terminar drásticamente con la criatura- para darse de narices con “eso”.
“Eso” era descrito como un ser bípedo –que, no obstante, al huir en ciertos tramos tendía a hacerlo “como en cuatro patas”- de aproximadamente un metro ochenta de estatura. Cuello muy corto o directamente inexistente, ojos rojizos, cubierto de una hirsuta pelambre de color blanco amarillento con manchas marrones en el lomo o espalda. Aún hoy y extrañamente, los Restaino –por lo menos la mujer, que fue la más verborrágica- creen que se trata de un “aguará – guazú”. Y digo extrañamente porque uno se pregunta como sobrevive a cualquier reflexión la imagen de un bípedo de 1,80 metros que, además, “gruñe como un tigre”[2].
Este ser tiene, de felino si cabe, sus orejas cortas pero marcadamente puntiagudas. Papá Restaino (Oscar) agrega colmillos que los otros testigos no manifiestan y sí, evidentemente, garras. Por si quedaban dudas, el ser dejó su “autógrafo” en la forma de tres surcos profundos y paralelos, en uno de los árboles cercanos al gallinero.
Árbol donde el animal imprimió sus garras. Los Restaino manifiestan que personal policial se llevó seguramente para análisis una “garra” –una uña, no el miembro entero- que habría quedado incrustada en él
El gallinero sistemáticamente atacado por el ser. La lona cubre un área derribada por el intruso quien, extrañamente, no incursionó en otro gran galpón de aves ubicado al otro lado de la casa
Una noche, Matías se lo encontró, frente a frente, a una distancia quizás no superior a los tres metros. El ser simplemente le miró fijo, gruñó hostilmente y se dio a la fuga, internándose en el tupido monte de vegetación achaparrada y plagado de alimañas que crece a los fondos de la vivienda. El mismo fondo donde nuestros investigadores obtendrían después una extraña instantánea. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos.
Volvamos a los episodios. Otra noche –cuya fecha no precisan- Matías ingresó a la vivienda y vio al animal agazapado sobre un “freezer”. Saltó y escapó por una ventana. Otra noche, el mismo se dirigía ya a descansar luego de una ronda –que realizó con su carabina- cuando, al entrar en su dormitorio allí estaba el “bicho” (como lo llama la familia). Instintivamente, Matías levantó el arma y disparó, pero no una, sino dos, tres, cuatro veces, mientras el ser se lanzaba a través de la habitación en dirección a la ventana y saltaba al exterior. Está seguro de haberle impactado. Pero el ser no parece haber acusado recibo.
Y tenía (o tiene, quién sabe) un comportamiento inteligente. En una oportunidad, deja un pollo, despanzurrado, sobre un automóvil. En otra ocasión, lo descubren –imagino que con el susto subsiguiente- espiándolos desde el exterior de una ventana, curioso. Suponen incluso que en algún momento se ocultó en el interior de un lavarropas abandonado en el exterior de la casa, que usan como “botinero” de calzado en desuso, pues una mañana encontraron sin explicación posible todo el contenido de este electrodoméstico desparramado.
Bosquejo del lugar de los hechos. Se observa a la derecha el gallinero atacado por el ser, el árbol donde dejó su impronta, el corral de los puercos donde se internaron nuestros investigadores y experimentaron los curiosos efectos que describiremos después y el lugar donde estaría la entidad –cerca de la desvencijada carrocería de un auto abandonado- que aparecería en la fotografía.
En este punto es interesante señalar uno de los tres puntos que despertaron una reacción de alerta de nuestros investigadores pero que, sopesando todo el conjunto de la información, explican matices humanos –inevitables- presentes en este caso. Los Restaino hablan que el ser presentaba garras, concretamente en los miembros superiores, y apuntan que desde sus primera apariciones habían aparecido huellas en el lugar. Empero, luego que Daniel les facilitara material y les enseñara a tomar moldes en yeso de las huellas, presentaron al equipo, en esta visita, una inopinada “colección” de huellas demasiado humanas. Manos y pies. Otros investigadores que en sus páginas Web las muestran –sin mencionar siquiera cómo una gente de campo de escasísima ilustración y ninguna experiencia de trabajo investigativo era capaz de tomar tan correctamente moldes de huellas, y eso porque les hubiera obligado a darle el crédito a Daniel Padilla, crédito al mérito de otros que, como sabemos, en la Ovnilogía de aquí y de todas partes se mezquina más que a la madre- no repararon en esta evidente contradicción. Y aquí, antes de avanzar con el relato (y no para denostarlo sino, por el contrario, para presentar sus pro y contra o, en el mejor de los casos, comprender el marco de naturalidad que lo rodea- debemos señalar otros detalles:
- Si bien en un principio los Restaino se muestran desconfiados ante los desconocidos –e incluso se menciona que estaban más que molestos por la repercusión periodística- han comenzado a guardar en carpeta todo recorte periodístico que habla de su experiencia, carpeta que muestran con orgullo a todo visitante.
- Más aún: han abierto un “libro de visitas” donde piden a todos los recién llegados que estampen su rúbrica.
- Las huellas dejan de ser “de garras” y pasan a ser de manos y pies absolutamente humanas, casi, diríamos, del porte de uno de los chicos Restaino.
- Una muestra de pelo, presuntamente del animal –y que está en vías de análisis, de todas formas- tiene exactamente la apariencia y color del pelo de uno de los grandes perros de la familia (más exactamente de la cola). Es como si de pronto esta familia, sorprendida y tal vez halagada por ser objeto de atención por parte de tanta gente muchas veces llegadas de lejanos lugares, se viera impelida a preparar alguna clase de “souvenires” a los investigadores visitantes, como si de realimentar el mito se tratara.
¿Esto significa que fabulan?. A todas luces el hecho es real. Entonces, si es como sospechamos, ¿por qué lo hacen?. Porque son humanos, con las grandezas y miserias que todos –ustedes y yo- tenemos. Porque de pronto, estos son la versión mcloughaniana y tercermundista de sus “quince minutos de fama”. La oportunidad, quizás única e irrepetible, de sentirse trascender de la chatura y mediocridad de todos los días, de la rutina de una vida doblada sobre la faena del campo, de tener una historia que contar y donde ser el eje central de la misma.
Otra vista de los fondos de la finca
El “chiquero de los chanchos”, donde los investigadores vivieron sus extrañas sensaciones
Sector hacia donde huye el ser tras cada aparición
La segunda parte de la historia jamás contada
Tal como señaláramos, el 30 de octubre nuestra gente se apersonó en el lugar. Lo de siempre: fotos, entrevistas por separado y en conjunto a los testigos, relevamiento del lugar, bocetos, apuntes, opiniones intercambiadas, recolección de muestras. En un determinado momento, mientras Daniel sigue enfrascado en una conversación con Gabriel, el hermano de Matías, Omar se dirigen hacia los fondos de la chacra, cruzando con cuidado el alambrado electrificado –“boyerito”, les decimos aquí- que limita el lugar. En ese momento, Omar, que sostenía en su mano la cámara digital[3], escucha un ruido característico: la cámara se había disparado sola. Esto sabemos podría ser accidental –los disparadores de estas cámaras son por demás sensibles. Si no fuera por un “pequeño” detalle: como era la primera vez que operaba una de estas cámaras, tomaba la exagerada precaución de apagarla completamente y obturar el objetivo manualmente entre foto y foto. Así que no sólo se trataba de dispararse sola; necesaria y previamente, tenía que desplegarse la tapa y encenderse. El ruido que llamó su atención fue, más exactamente, el desplegarse automático del zoom.
“Un accidente o metí la pata” -pensó – Expresando apenas su desconcierto, miró con detenimiento el aparato y descubrió que había vuelto a apagarse y cubrirse, solo. Esto no le llamó mayormente la atención en ese momento (sí después, conversando con sus compañeros de grupo sobre los hechos). Sí lo hizo, en cambio, que comenzara a sentirse progresivamente descompuesto: una opresión en la nuca, náuseas, dolor de cabeza[4], un palpitar sugestivo del abdomen. Todo lo cual habría carecido de importancia sino hubiera advenido esa sensación de malestar cuando uno de los Restaino, abruptamente, le dijo que era él quien se sentía mal. Ambos decidieron entonces regresar con Daniel, a quien en ese momento nada le contaron de sus vivencias. Pero, extrañamente, la cámara no volvería a funcionar. Ni siquiera se encendía.
Pero fue casi al final de la jornada, cuando ya se aprestaban a retirarse, cuando Daniel decidió, solo, aventurarse hacia los fondos de la finca. Allí, donde estaba la porqueriza. Allí, hacia donde desaparecía el ser. Allí, donde se había disparado involuntariamente la cámara fotográfica. Y de allí Daniel también regresó descompuesto.
Todo esto lo conversaban en el automóvil ya de regreso a la ciudad de Colón, cuando deciden tratar de tomar una imagen del espléndido atardecer que caía sobre el campo. Entonces, al encender la máquina, una extraña indicación en el visor le llama la atención; indicada “Card Full”, es decir, memoria completa –cuando sólo había tirado siete fotos de un total estimado de unas 30 que tendría que haber podido capturar- y los muchachos, al revisarla, deducen que se había quedado sin pilas (por lo visto, ellos tampoco supieron interpretar correctamente el mensaje en el display).. Apenas habían tomado siete fotografías, la última, precisa y “casualmente” la que se había disparado sola. No le dieron a esto mayor importancia hasta que la cámara volvió a mis manos: yo mismo le había puesto excelentes baterías nuevas el día anterior a la investigación y, cuando la enciendo en casa, descubro que funcionaba perfectamente con su memoria disponible, al punto al que tomo algunas imágenes hogareñas sin ningún problema[5].
“Quique” Marzo, nuestro inefable Administrador, rápidamente me pasa copias de las fotos que comienzo a analizar. Y en una de ellas –sí, ya saben en cuál- un extraño objeto azulado me llama la atención. Con los cuidados del caso, la amplío, y entonces aparece esto otro, que abre una dimensión paralela[6] a la historia como la contaron otros investigadores, abonando mi hipótesis que muchos puntos del planeta (y la costa del río Uruguay en particular) fungen como “ventanas” o “portales” hacia órdenes distintos de Realidad, mundos o dimensiones paralelas. En la placa, casi mirando a los investigadores, invisible –o inadvertido- a ojo desnudo pero evidente en la fotografía, semioculto por la maleza, aparece un ser de cabeza claramente reptiloide, con su largo y prominente hocico, ojos, el trazo de la boca insinuado y una “cresta” en la parte superior y central del cráneo. Aquí lo reproducimos.
Ampliación del rostro de la entidad
¿Qué podemos decir ante esta pieza de evidencia?. Los escépticos de siempre hablarán de juegos de luces y sombras, proyecciones del inconsciente, ilusión de los sentidos. Pero, oh los escépticos… Nada azul existe en la vegetación de esa zona, el rostro es claramente discernible –y personalmente intuyo hasta un cuerpo completo y de pie en la figura anterior- y en cuanto a la naturaleza del ser, nuestra presunción es que en ese lugar, vaya a saberse si por un período de tiempo determinado o no, por encima del pretendido “aguará guazú en dos patas” de los Restaino y el “lobizón” de la irredenta prensa vernácula, una extraña geometría del tiempo y el espacio abre accesos hacia y desde otros planos de existencia. Ambos seres –el peludo fagocitador de tripas avícolas y el sospechado reptil humanoide- bien pueden ser materializaciones den entidades que desde uno o más de esos planos paralelos a nuestro coexistir irrumpen con fines extraños pero inteligentes[7]. Y sobre cómo, para este segundo caso, aparece ante el objetivo lo que no se ve a simple vista, es necesario recurrir –otra vez- a nuestro ensayo “La fotografía psíquica entre la Parapsicología y los OVNIs”[8]
El registro anterior, en negativo
Algunos investigadores mostraron a los Restaino imágenes de archivo de entidades –asociadas o no a OVNIs- manifestadas en otras partes del mundo, y los testigos buscaron similitudes, debiendo para ello forzar sus propias descripciones. Presentamos aquí el primero –y hasta ahora único- “retrato robot” hecho en el momento y el lugar bajo las mirada aprobatoria y la descripción verbal de la familia.
Esta investigación aún no ha terminado (De hecho: ¿alguna investigación termina alguna vez?). Hagamos especial hincapié en el –nos repetimos- alto “índice de extrañeza” de toda la zona, se trate de fenomenología ovnilógica o simplemente paranormal.. Una investigación –ésta- que debe necesariamente contemplar los aspectos humanos y falibles de esta familia ya señalados, ampliar el rango de investigación no sólo a lo meramente episódico a boca de testigos, sino intensificar la búsqueda de recabar otro tipo de evidencias fotográficas, fílmicas, quizás psicofónicas. Una investigación sobre la cual, apenas tengamos resultados, serán ustedes los primeros en saberlo.
Una reflexión final. En estos meses uno de los temas de trabajo de nuestro grupo virtual del Centro de Armonización Integral –formado por más de 160 estudiosos de doce países- versa, precisamente, sobre las fotografías paranormales. Hemos progresado mucho en nuestros debates, no sólo en el aporte de material exclusivo hecho llegar por mis compañeros de grupo sino en la discusión para dilucidar la gran pregunta: ¿cuándo algo exótico que aparece en una fotografía es “paranormal” –en el más estricto sentido etimológico de la palabra- y cuando es una simple confusión?. ¿cualquier mancha extraña en una toma es una “energía desconocida”?. Evidentemente, no. ¿Cualquier línea sinuosa con dos sombras oscuras es un rostro?. Claro que no. ¿Entonces?. Si acuden a los artículos de mi autoría referenciados al final de este trabajo, encontrarán que muchos documentos son incontrastables: no hay manera de interpretar de otra forma lo que allí se ve. Pero la experiencia de Omar y Daniel aporta otro tratamiento del tema: más allá del evidente “rostro” que exhibimos, simultáneamente –en tiempo y lugar- ocurren extraños fenómenos que no son asociados sino hasta tiempo después (hablo de los síntomas físicos que además fueron independientes en los tres ya que tardíamente se participan de sus sensaciones, y en el antinatural, antielectrónico y antimecánico comportamiento de la cámara). Concluyo que, entonces, estamos ante la fuerte presunción de tener en nuestras manos una fotografía decididamente paranormal cuando, junto a la evidencia en sí, en ese lugar y momento concurren otros episodios ajenos pero insólitos, siendo más certeramente paranormal cuanto más significativo sea el número de estos episodios.
Todo esto nos brinda, en lo particular, la expectativa que en Colonia Elía u otros parajes cercanos –como en el caso de los ocurridos en Pronunciamiento, no muy distante de allí y que oportunamente reflejáramos en AFR- pronto estaremos en presencia de otros casos que reportaremos a ustedes. Y en lo general, que lentamente podemos ir organizando, si bien no una hipótesis en términos académicos, cuando menos una línea de acción verificable operativamente en el terreno.
Las huellas de la discordia. Obtenidas por los Restaino con material y enseñanzas de Daniel Padilla, son reproducidas por otros investigadores sin señalar este detalle ni, como ya apuntáramos, la evidente contradicción entre la asignación de “garras” superiores y el aspecto evidentemente humano de éstas. Con respecto a los inferiores, Matías no los describió específicamente, debido a que, según sus propias palabras, “no los vio porque estaban cubiertos de pelos”. Entonces, si estos vaciados de las huellas fueran coincidentes con esta observación, se advertirían señales de improntas pilosas que, de hecho, no aparecen. Aún más; los Restaino observan el retrato robot mostrado más arriba y quedan conformes; en dicho dibujo se le dio pies humanoides que no objetaron.
-“La presencia de Tezanos Pinto” (AFR nº 1)
-“La puerta dimensional de Ongamira” (AFR nº 1)
-“La fotografía psíquica entre la Parapsicología y los OVNIs” (AFR nº 9)
-“Abducciones y contactos interdimensionales” (AFR nº 32)
-“Caso Federación: ¿aterrizaje de extraterrestres o presencia de elementales?” (AFR nº 41)
-“Reflexiones sobre el origen extradimensional de los OVNIs” (AFR nº 67)
-“Percepciones modificadas de otra Realidad” (AFR nº 69)
-“Aportes para un paradigma espiritual en la investigación OVNI” (AFR nº 72)
-“Introducción a la Sabiduría Antigua, o el error de enfoque de las religiones contemporáneas. Una alternativa ovnilógica” (AFR nº 99)
-“En busca de portales dimensionales” (AFR nº 110)
[1] Lo que significó –dicho por la misma señora de Restaino- que otros investigadores “invocaran” su relación con Padilla para tratar de acceder al lugar.
[2] Es Matías quien hace esta analogía. Aclara que nunca ha visto directamente uno excepto por televisión, pero que le resulta muy semejante tanto por altitud de tono como por reverberación.
[3]Características Técnicas:
Marca: Fujifilm.
Modelo: FinePix A205.
Número de pixeles: 2,0 Millones de pixeles.
CCD: CCD de 1/2,7 de pulgada ; 2,11 millones de pixeles totales.
Enfoque: Auto foco: Normal: de 80 cm a infinito; Macro: de 10 a 100 cm aprox.
Objetivo: Objetivo zoom Fujinon de 3X, F3 a F4,8 (equivalente a f=36-108mm en una cámara de 35 mm).
Flash: Automático, de 3,5 m máximo.
Formatos de archivo: Fotografía: JPEG (Exif ver. 2.2).
Fuente de Alimentación: 2 pilas alcalinas AA/Ni-MH.
[4] Extrañamente, los síntomas no cesaron allí. A su regreso y durante varios días experimentó ascensos bruscos de temperatura y una extraña deshidratación evidente en labios resecos, síntomas que desaparecieron tan espontáneamente como se presentaron.
[5] Está de más decirlo: si este tipo de cámara se descarga, simplemente se descarga. No se repone por unas horas de descanso…
[6] Sepan disculpar: no pude evitar la tentación de hacer este juego de palabras.
[7] El “bicho peludo” de los testimonios, quizás de unos ochenta o noventa kilogramos de peso y altura respetable de ser humano, evidentemente no puede alimentarse sólo con unas escasas vísceras de pollo, habida cuenta además que el menú de la zona propone variedad de vituallas. ¿Será su conducta sólo un metalenguaje?. El ente de la fotografía, además de estar en expectativa observación, ¿puede haber sido responsable del accionar en “ese” lugar y “ese” momento de la cámara, de manera que nuestra gente se llevara esta postrer evidencia?.
[8] Publicado en “Al Filo de la Realidad” número 9.